En medio de la Oscuridad
Alguna vez les ha pasado que la realidad nos estalla en la cara y de repente todo eso que creíamos seguro de se torna etéreo y comenzamos a dudar de que tan acertados estábamos al creer o al soñar con eso que anhelábamos.
En momentos de soledad y de no saber que hacer, es cuando debemos recordar eso que en un principio nos motivo a dar un paso hacia adelante y a arriesgarnos a vivir la vida no solo por vivirla sino por lograr metas que consideramos transcendentales.
Pasar por esos días en los que de repente la vida no parece una aventura o un viaje, sino más bien una cárcel.
A veces, estos tragos de realidad son necesarios pero no para destruir nuestros sueños, sino al contrario para que al traspasar esa barrera de lo imaginario a lo real, nuestra idea muta un poco, cambia. Hace una metamorfosis necesaria porque jamás sera lo mismo soñar con visitar París, con viajar a París a cocerla.
Cuando soñamos con viajar a París, puede que nos imaginemos en un hermoso atardecer en una de sus impresionantes vistas, tomándonos fotos frente la Torre Eiffer o el Museo Louvre. Pero cuando la realidad visita ese sueño, tienes que sacar el pasaporte y eso a merita dinero, comprar los pasajes y resulta que no hay viajes directos de tu país a Francia, entonces toca hacer escala y es más dinero; es ahí cuando la realidad nos sacude, nos pone a prueba.
Es ahí donde la fe en Dios y el creer en nosotros mismos cobran más sentido. Pues la fe habla de creer aunque no podamos ver y no solo creer, sino trabajar como si fuera un hecho que lograremos esa meta. Es ahí cuando tu sueldo de cocho mil al mes y tus múltiples responsabilidades económicas, contra los cientos de miles que necesitas para poder viajar te truenan en todo tu ser como una cruel risa de un iluso que creyó poder conocer París, cuando calculas que quizás en veinte años podrás viajar si reúnes y te esfuerzas.
Es ahí donde decides si te mantienes, inamovible en tu meta o tu sueño, o decides que no tienes suerte o que eso es para otros y abandonas un sueño que quizás fue Dios mismo quien lo colocó en tí, porque él estaba dispuesto a ayudarte a lograrlo.
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